Unko y Karina son dos galgos adoptados que nos dan su particular visión del mundo

lunes, 26 de diciembre de 2011

CARTA A MI HIJO

Querido hijo mío,

Hace tiempo que quiero decirte muchas cosas, expresar sentimientos que, si bien teñidos de normalidad y rutina, son para mí tan extraordinarios que, como tu magia, no dejan de sorprenderme. Decirte cuánto te quiero, con ese amor salvaje, milenario, ancestral, de la leona que protege su manada. Un amor irracional e instintivo, el de la Madre Naturaleza, el de todas las madres. Pero también un amor razonado, porque tengo mil razones para quererte, por todo lo que significas para este corazón cansado.

Una vez yo te dí la vida, es cierto, pero tú me la das a mí cada día. Eres mi guía, mi faro, mi estrella polar, mi luz. Me llevas de la mano por el camino correcto, me haces sentir útil, válida y eterna. Contigo sé que ésta locura tiene sentido, me haces no perder la poca razón que va quedando y sacas lo mejor de mí: el humor, la creatividad, la risa, la sensatez. Echas gasolina a mis neuronas agotadas para que sigan funcionando para tí, para mi mundo.

Sólo podías ser mago. Lo fuiste desde aquel día frío cuando llegaste, y de un chas! una vida errante y tumultuosa se transformó en otra, completamente maravillosa. Te lo he dicho alguna vez: tus abrazos son curativos. Puedo llegar hastiada de mi trabajo, desengañada del mundo, enferma, que tu abrazo mágico me vuelve buena, me envuelve en miles de partículas de esperanza, fuerza y valentía. Hace que la oscuridad se convierta en sol y la miseria en risa. Entonces sale el arco iris y los rugidos de las bestias, que siempre me amenazan, por fín quedan silenciados.

Pero además tú y yo somos especiales. Hemos pasado tiempos convulsos. Tu infancia no fué la que yo hubiera soñado darte, el miedo me acompañaba junto a la tristeza y la lluvia. Sin embargo, hemos ido siempre de la mano, sorteando obstáculos juntos, y el vínculo se ha fortalecido aún más. Ahora, cuando los tiempos malos son pasado, cuando sólo queda el olor a lluvia y vuelven a brotar las flores, me maravillo cada día del hombre en el que te estás convirtiendo. Siempre fuiste fuerte, independiente, distinto. Y cada vez eres más una buena persona, solidario, con sentimientos muy profundos, pero también con garra, energía y carisma. Con inteligencia y, por ende, con un gran sentido del humor. Valiente, innovador, incansable. Inmenso artista sobre el escenario, inmenso corazón en tu interior. Siempre mágico, mi Mago.

Y lo mejor: siempre mío. Te quiero, hijo mío y aún me faltan palabras en el vocabulario para transmitirte tanto como siento, un amor infinito y eterno. El de cualquier madre hacia su hijo.

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